por Joaquín Tapia Guerra
Es chistoso ver Averno,
pero no lo suficiente. La película trata de cómo un joven
lustrabotas que se llama Thupa (Paolo Vargas) entra en una noche de
espectros folklóricos para buscar a su tío en un bar que se llama,
pero también parece que en serio es, el averno. Esto ocurre por
motivos que jamás se esclarecen del todo, a mi modo de ver. Pero
—quisiera creer— no ocurre totalmente en vano, porque poco a poco
en la película se van haciendo evidentes varias características del
cine boliviano, hasta de manera particularmente ejemplar. Se trata de
las consabidas críticas que hacemos en Nuevas Pornos a
aquellas películas que no gastan bien su dinero y que creen que el
mejor arte continúa siendo el que se hace y no el que se encuentra.
Por ejemplo, confieso que uno de
mis más recientes amores en el cine han sido las películas de
Samuel Fuller. Y como Sabzian en Close-up, también cierro los
ojos y sueño con que he sido yo el que las hizo. Pero hay que
despertar, porque para empezar ninguna otra industria del cine ha
debido gozar de tan buenos actores y directores de actores como la
gringa. Mientras que en Averno, como en tantos otros ejemplos
tardíos de directores bolivianos venidos a menos, la dirección de
actores ha debido ser mala y los actores van desde figurantes que
nunca recibieron su merecido aprecio en el teatro (Freddy Chipana)
hasta debutantes que hicieron su abril de heredar la pésima
televisión que tenemos desde Barrientos (Leonel Fransezze). Tanto
unos como otros, metidos en vestuarios que se ven falsos, e
iluminados de una forma que nos llevaría a creer que los
realizadores no han aprendido que las capacidades de las últimas
cámaras digitales más bien deberían empujarnos a confiar cada vez
más en la luz natural.
El guión. Vemos a un grupo de
lustrabotas integrado por puros actores: como he dicho, al no tener
verdaderos actores profesionales sino puros artistas del teatro y la
farándula local cuya camaradería tenemos terror a insultar, nuestra
alternativa en Bolivia siempre debería ser la de los sujetos
naturales. De ahí una de las razones de que nuestro mejor cine
contemporáneo se acerque al documental. Pero me desvío; la charla
del grupo de lustrabotas es interrumpida por un hombre de gobierno
que parece medio mafioso (Percy Jiménez), que parece conocer a Thupa
y le da 200 bs. por que le traiga a su tío. Hay algo oscuro en la
escena, pero no porque se logre que esa sea su sensación general,
sino porque a veces es posible reconocer intenciones en una película,
aun cuando los recursos que buscan volverlas una historia fracasan.
Desde ahí, Thupa se embarca en una aventura que nos confronta con
muchos más fracasos de este tipo. Una mezcla de nociones new-age de
personajes fantásticos de la tradición oral con otros, imagino, de
invento propio termina por conducirlo a enfrentarse con— él mismo,
con maquillaje de malvado. Los dos luchan en una escena que demuestra
que no tenemos escuela, experiencia o gusto para hacer películas de
acción, y al fin Thupa puede llevarse a su tío al mundo de los
vivos. Y bueno, seguir comentando así, aspecto por aspecto, sería cruel y ocioso.
Pero esta película sin duda es
un montón de trabajo, y pienso que ha debido contar con los fondos y
la fuerza de producción para hacer ese trabajo. ¿Por qué,
entonces, no se ha animado a ser tan audaz como trabajadora? ¿Qué
quería lograr exactamente? Confiamos en que este lugar de crítica permita charlar estas y otras preguntas sin miedo a
ofendernos en el proceso.