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Thursday, January 11, 2018

¿Cómo son las últimas películas del cine boliviano?

por Joaquín Tapia Guerra

Averno, Marcos Loayza, 2018






Es chistoso ver Averno, pero no lo suficiente. La película trata de cómo un joven lustrabotas que se llama Thupa (Paolo Vargas) entra en una noche de espectros folklóricos para buscar a su tío en un bar que se llama, pero también parece que en serio es, el averno. Esto ocurre por motivos que jamás se esclarecen del todo, a mi modo de ver. Pero —quisiera creer— no ocurre totalmente en vano, porque poco a poco en la película se van haciendo evidentes varias características del cine boliviano, hasta de manera particularmente ejemplar. Se trata de las consabidas críticas que hacemos en Nuevas Pornos a aquellas películas que no gastan bien su dinero y que creen que el mejor arte continúa siendo el que se hace y no el que se encuentra.
Por ejemplo, confieso que uno de mis más recientes amores en el cine han sido las películas de Samuel Fuller. Y como Sabzian en Close-up, también cierro los ojos y sueño con que he sido yo el que las hizo. Pero hay que despertar, porque para empezar ninguna otra industria del cine ha debido gozar de tan buenos actores y directores de actores como la gringa. Mientras que en Averno, como en tantos otros ejemplos tardíos de directores bolivianos venidos a menos, la dirección de actores ha debido ser mala y los actores van desde figurantes que nunca recibieron su merecido aprecio en el teatro (Freddy Chipana) hasta debutantes que hicieron su abril de heredar la pésima televisión que tenemos desde Barrientos (Leonel Fransezze). Tanto unos como otros, metidos en vestuarios que se ven falsos, e iluminados de una forma que nos llevaría a creer que los realizadores no han aprendido que las capacidades de las últimas cámaras digitales más bien deberían empujarnos a confiar cada vez más en la luz natural.
El guión. Vemos a un grupo de lustrabotas integrado por puros actores: como he dicho, al no tener verdaderos actores profesionales sino puros artistas del teatro y la farándula local cuya camaradería tenemos terror a insultar, nuestra alternativa en Bolivia siempre debería ser la de los sujetos naturales. De ahí una de las razones de que nuestro mejor cine contemporáneo se acerque al documental. Pero me desvío; la charla del grupo de lustrabotas es interrumpida por un hombre de gobierno que parece medio mafioso (Percy Jiménez), que parece conocer a Thupa y le da 200 bs. por que le traiga a su tío. Hay algo oscuro en la escena, pero no porque se logre que esa sea su sensación general, sino porque a veces es posible reconocer intenciones en una película, aun cuando los recursos que buscan volverlas una historia fracasan. Desde ahí, Thupa se embarca en una aventura que nos confronta con muchos más fracasos de este tipo. Una mezcla de nociones new-age de personajes fantásticos de la tradición oral con otros, imagino, de invento propio termina por conducirlo a enfrentarse con— él mismo, con maquillaje de malvado. Los dos luchan en una escena que demuestra que no tenemos escuela, experiencia o gusto para hacer películas de acción, y al fin Thupa puede llevarse a su tío al mundo de los vivos. Y bueno, seguir comentando así, aspecto por aspecto, sería cruel y ocioso.
Pero esta película sin duda es un montón de trabajo, y pienso que ha debido contar con los fondos y la fuerza de producción para hacer ese trabajo. ¿Por qué, entonces, no se ha animado a ser tan audaz como trabajadora? ¿Qué quería lograr exactamente? Confiamos en que este lugar de crítica permita charlar estas y otras preguntas sin miedo a ofendernos en el proceso.