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Nota de los editores

Una de las dificultades que se nos presenta el momento de escribir sobre cine es la cuestión del interés que tenemos invertido en esta área, o sea el cine: la relación que tenemos con su realización, no ya como espectadores, sino como cineastas. O sea si haces cine, es imposible ser imparcial al escribir sobre cine. Porque al ver los caminos posibles todos saben e imaginan dónde están parados en relación al resto de la producción.

Tal vez aquí cabe traer a colación la diferencia que hace Walter Benjamin entre crítica y comentario. A la primera (en su forma de reseña) se la ve un poco con desprecio, puesto que se le presenta muy ceñida al esquema de sopesar las luces y las sombras de las obras con un lenguaje muerto y casi prediseñado,... mientras que al comentario —subjetivo y prejuicioso— se lo ve como una forma personal histórica de desentrañar lo que en las obras contemporáneas sobrevive del antiguo temblor: “lo clásico” (preferiríamos, así casi con Harold Bloom, decir: no lo clásico, sino el antiguo biencoger de la cabeza, de los cinco sentidos).

Estos textos tienen su agenda. Son escritos por gente que cree que muchos modos de producción pueden estar no solamente errados, sino también dando vergüenza. Creemos, como muchos, que la sencillez del laberinto del cine se ha diluido entre el eterno espectáculo del mundo, y un más nuevo (pero también antiguo) fetichismo por la parafernalia, que en general se usa como un escudo frente a las inseguridades creativas, o como el camino fácil hacia algún estatus provinciano1.

El hecho de que los chispazos de los encuentros (humanos, pictóricos, históricos, estéticos, disciplinares) se hayan vuelto lo más olvidado no sólo por nuestras escuelas de cine, sino (y especialmente) por nuestra crítica, es una fuerza que jala constantemente a que las cosas vuelvan a ser como en los momentos cuando decir cine boliviano era decir una reverenda cagada.

¿Entonces si esto no es crítica, qué es?

¿Comentarios extemporáneos de gente que cree que las cosas se podrían haber hecho de otra forma?

¿Desgloses del amor por el cine?

Especialmente una invitación a seguir buscando. A volver a pensar en lo que en nuestras cabezas —emocionadas por la próxima película, el próximo rodaje, el próximo proceso de montaje— parecía tan obvio y en realidad desde otros lados era algo ridículo. Margaritas negras, yo sigo siendo el rey.


Principalmente: no esconder las intenciones. No escribir de las películas del vecino con la rabia de la envidia ni con la ególatra autosuficiencia juvenil de los que se autoproclaman cualquier cosa. Y ojalá con esa curiosidad, también escribir sobre el gigantesco y pequeñísimo pasado de nuestro cine nacional.

Este movernos entre la escritura sobre nuestra provincia y el cine canónico nacional, entre Bolivia y el cine de más allá, tal vez sea la manera más objetiva —no por eso menos pequeña— que tenemos de buscar, desde la escritura, ampliar los límites de nuestros lenguajes.

Fantaseamos que estas nuevas pornos tengan una difusión entre cineastas de otras demografías y clases sociales que las inmediatas. Una plataforma plurimulti de debate formal y argumentación encarnizada. Estamos abiertos a la inclusión de nuevos aportes, aunque parezca iluso. Nuevas expresiones en el lenguaje de los cuerpos. Nuevas pornos.








1. Es una ironía que finalmente el más común peligro de nuestro cine no haya sido la porno miseria, sino el más colonialista gear-porn: o sea el babearse por la última RED y tener erecciones por una ALEXA— nos viene a la mente la triste imagen de Sanjinés más emocionado por sus drones que por el guión de Juana