por Joaquín Tapia Guerra
Philipp Hartmann es un cineasta
alemán que ayer Miguel Hilari, co-organizador del Radical, ha presentado con
harto entusiasmo. Tiene más de diez películas, entre cortos y largos, todos
documentales, algunos firmados con el seudónimo F. K. Flumen, en una carrera
que de acuerdo con IMDb se extiende por más de diez años desde el 2004, y que
es mayormente conocida por Die zeit
vergeht wie ein brüllender löwe (2013) y 66
kinos (2016). La primera de estas dos ha sido ayer proyectada en la
Cinemateca. Su título significa: el tiempo pasa como un león rugiendo.
Die
zeit vergeht... es una película que podríamos suscribir al género, hoy tan
popular, de cine-ensayo. Con la salvedad de que el género es popular en una
facción marginal dentro del cine independiente; otro término que ya de por sí
implica marginalidad dentro de un todo más grande; digamos, el cine que ve el
mundo. Algunas de sus características pueden ser: 1) varios registros o niveles,
lo que en cine se traduce como varias cámaras de distintos soportes y que por
consiguiente dan resultados filmados de distintos formatos, tamaños, texturas; 2)
préstamo de material de archivos, por lo general para ayudar a la ilustración
de sus propósitos y/o para hacer resonar otras épocas en relación con las
imágenes propias; 3) es frecuente que tome la forma de una revisión de archivo
familiar y, así, la de una revisión histórica, pero histórica personal; 4)voz
en off, pero no narrativa a lo tradicional (de una fábula) sino narrativa de un
camino individual de reflexiones y dudas (de un ensayo); 5) así como las
primeras tradiciones antropológicas son la gringa, la francesa y la inglesa,
así también el cine-ensayo ha sido campo de batallas políticas entre países
mucho más grandes y fuertes que el nuestro.
(De aquí en adelante hablo desde mi
bagaje personal e incompleto) No sería un completo error sospechar que el cine
francés desde los cincuentas ha ido inventando el cine-ensayo. Quizás la razón
principal para esto sea el tipo de cercanía que los cineastas franceses de esos
años tenían con otra cosa aparte del cine: la escritura. Los nombres que
conforman la Nouvelle Vague fueron primero nombres de críticos, y los temas de sus primeras películas eran a
menudo adaptaciones literarias, pero adaptaciones extrañas, demasiado libres,
aunque pasmosamente respaldadas por jovencitos a los que nadie conseguía
desdecir.
Críticas gringas de esos años, las
inteligentes, paraban traumándose una y otra vez con la llegada de cada nueva
película francesa. Pauline Kael y Susan Sontag están ahí. Así también los
cineastas gringos de esos años han asistido a esas películas y han copiado como
han podido de lo que veían, unos con resultados más felices que otros. Por si
acaso, aquí copiar no es entendido como algo malo; requiere un talento enorme.
Además, algunos gringos de esos mismos años, no tan sonados como los otros, sí
han sido inventores de sus propios recursos. Welles y Fuller están ahí.
De ahí venimos, entonces. Y todo lo
que veamos hoy que se suscriba al cine-ensayo o tenga, desde otro género, ecos
del cine-ensayo, no deberíamos dejar de verlo con ese conocimiento de causa.
Die
zeit vergeht..., han dicho después en el Q&A, ha sido acusada durante
su proyección en El Alto de ser una película muy alemana. Ese ya es un buen lugar para pensar en esta película:
llevar un diario, los videos familiares, son ejercicios propios de una cultura,
digamos europea (aquí alemana), que desde el principio acusa una distancia
entre Die zeit vergeht... y nosotros,
su público boliviano. Ambas cosas son trabajos; trabajos, además, asumidos con
un rigor autoimpuesto. Su beneficio mayor: aquello que dice una mujer en la
película: poder volver sobre los hechos pasados, sobre esa absurda sucesión de
trivialidades, y pensar, darle a todo eso una estructura.
¿Poder volver sobre los hechos
pasados? Esta posibilidad, aparentemente, requiere un soporte técnico. Un
cuaderno, una cámara. Y otra cosa, ¿quizás también técnica?, que son las
curiosidades científicas que Die zeit vergeht...,
muy original, mete en medio de sus
partes. Estas curiosidades son importantes. Hartmann está en verdad preocupado
por el paso del tiempo, por cómo le atañe a él. Como noción derivada de sus
recuerdos, de sus charlas con amigos, de sus iniciativas por informarse a un
nivel teórico y científico sobre la cuestión del tiempo. Y es concienzudo en su
manera de agarrar esa preocupación como fuerza que movilice su película, es
alemán. Primera diferencia con otra película boliviana que adopte esta forma,
entonces: una inexplicable sensación de laxitud, de falta de rigor, de dudar de
la importancia de nuestras preguntas aun cuando las consigamos plantear de
manera interesante. Pero bueno.
Sigámosle la corriente a las
curiosidades científicas. Cuando estaba en el colegio, un profesor de
matemáticas nos ha contado una paradoja de Zenón. Dice así: Aquiles y una
tortuga se iban a enfrentar en una carrera de velocidad, Aquiles podía avanzar
diez metros por segundo (10m/s) mientras que la tortuga solamente podía avanzar
un metro por segundo (1m/s), y en vista de esto Aquiles decide dar a la tortuga
una ventaja de nueve metros al momento de partir. Aquí empezó el problema.
¿Cómo podía una humilde tortuga vencer al gran Aquiles en una carrera? Para
cuando Aquiles hubo recorrido la distancia que los separaba inicialmente, la
tortuga ya no estaba más ahí sino que había avanzado un pequeño trecho, y
cuando había recorrido esta segunda distancia entre la tortuga y él, la tortuga
había avanzado otro poco más, y así hasta el infinito. Siguiendo esta lógica,
Aquiles jamás podría rebasar a la tortuga, no importa cuan rápido fuera él ni
cuan lenta ella. Obviamente, en la vida real cualquier Aquiles sí rebasaría a
su tortuga, decía mi profesor, pero lo importante es darnos cuenta de que en
aquel tiempo los griegos no sabían cómo resolver este problema, al menos no
matemáticamente. ¿Y eventualmente cómo la hemos resuelto? Con el cálculo, decía
mi profesor. La tortuga es una asíntota, es decir una línea imaginaria hacia la
cual tiende a acercarse la gráfica de una función específica. El cálculo,
decía, es una especie de contingencia con la cual hemos podido resolver este
problema, al menos en los números. Y nos daba otro ejemplo: como la gravedad;
Newton la planteó y la demostró, pero admitía que era más una contingencia
porque en realidad él no entendía porqué las cosas caen al suelo; la verdadera
explicación llegó después, con Einstein.
Me cuesta trabajo entender algo de
esto ahora, años después del colegio, pero intentemos. Quizás no sería
insensato considerar a la matemática como otra forma de representación; la más
abstracta, por eso todos la aman. Y este problema de Aquiles y la tortuga sería
algo así como una inconsistencia, pero no en la realidad, sino en la
representación. En la realidad veríamos a Aquiles rebasar a la tortuga más
temprano que tarde. Todos sabemos eso. Y de cierta forma Hartmann se pregunta
una cosa similar en su película: ¿qué es ahora?,
si cuando digo esto y lo filmo es ya un pasado para el yo que vea el producto
filmado de ello, y así y así, miles de veces hasta el infinito, para siempre un
paso más atrás que él mismo.
Es hora de recordar a Comolli. Él
dice que ¨[f]ilmamos para hacer existir duraciones, hacerlas sentir, abrirlas a
las proyecciones mentales de los observadores.¨ Die zeit vergeht wie ein brüllender löwe empieza con unas fotos en
blanco y negro, unas fotos manchadas a un costado con un jaspe blanco, un jaspe
blanco que, explica la voz en off de Hartmann, tardó en entender que era la
parte expuesta de las cintas con que su padre lo filmaba a él de niño, la parte
expuesta de cuando cargaba los rollos de cinta en el chasis de la cámara. Esta
sola artesanía montajística (el montaje es la herramienta más fuerte del
cine-ensayo) ya da la sensación de una duración, de una distancia que es un
espacio y de que ese espacio existe en el tiempo, de un recuerdo que existe en
las imágenes filmadas y otro que existe en las de la cabeza. Y todo es siempre
una contingencia representativa. Luego la película acaba con ese plano largo
desde lo alto de un teleférico, mirando primero al horizonte y después abajo,
al cerro todo cubierto de pasto y flores. Si Comolli tiene razón, y en una
película hacer sentir las duraciones puede también hacerlas existir, de alguna
manera, entonces años después que los franceses sigue teniendo sentido hacer
estos ensayos en el cine.